El piloto

Nina Simone canta a la libertad de ser dueño de tu cuerpo. A veces sucede que perdemos esa libertad y esta pérdida, para los que no creemos en el alma, es morir parcialmente mucho antes de la muerte definitiva. Es difícil hacerse a la idea porque todos arrastramos un mito cultural muy arraigado: El alma, el personaje narrativo protagonista de la película de nuestra vida.

En Occidente el alma es el yo, nuestro carácter y nuestra memoria. Este personaje, además de eterno e indivisible, es indestructible, no admitimos la idea de que pueda ser fragmentado o erosionado por la enfermedad. La enfermedad es algo que le pasa al cuerpo, pero el alma sobrevive siempre y siempre está por ahí, en algún sitio, a salvo de las heridas y el desgaste de la materia. El alma viene a ser el piloto de la máquina. Tiene su puesto de pilotaje en algún lugar del cerebro y allí controla la memoria, el entendimiento y, sobre todo, la voluntad. Descartes ya se imaginó a este personaje a los mandos de la nave; incluso localizó el puesto de mando en la glándula pineal.

Tolstoi, en el preámbulo a la séptima parte de Guerra y Paz, escribe contra aquél que cree que la voluntad es producto de la fisiología del sistema nervioso: «aunque me lo demuestre como dos más dos son cuatro no le creeré porque yo ahora puedo alargar la mano y no alargarla». El movimiento se demuestra andando y la existencia del alma estirando la mano cuando me parezca. A Tolstoi no le cabía en la cabeza que la fisiología pudiera explicar ese acto libérrimo.

La neurobiología nos ha descubierto un cerebro con áreas especializadas en aspectos parciales del análisis de la información, el procesamiento y el control de los músculos. Grandes asambleas de neuronas que se coordinan o se descoordinan dependiendo de nuestro estado de vigilia o incosciencia.

Recuerdo que intentaba explicarle a alguien el apasionante proceso de análisis de la información visual que ha investigado Crick (el del ADN) y mi interlocutor no parecía demasiado impresionado. Me dijo: «es simplemente la transformación de la imágen en señales eléctricas, los ojos son como una cámara y hay un televisor en el cerebro». Vale, pero la pregunta es ¿quién está viendo el televisor? La neurobiología de la visión humana tiene un objetivo más profundo que consiste en analizar en qué consiste ese “ver el televisor” y el resultado es que no hay un protagonista último. La información no se concentra en un punto, sino que diferentes aspectos de la imágen (el color, el movimiento, los patrones regulares, la inclinación del horizonte…) se analizan por separado en grandes áreas extensas que dispersan, a su vez la información a otras muchas áreas… No hay ningún puesto de mando. El cerebro funciona sin piloto y una de sus propiedades es la de crear la ficción del piloto.

Para los creyentes incondicionales en el mito del alma, el estado vegetativo es un drama de incomunicación. En algún lugar del cerebro el alma, el piloto, está pelándose con unos mandos averiados. Mientras intenta desesperadamente hacer funcionar los controles, en el exterior unos materialistas perversos y sin principios están planeando matarlo. Los enemigos de la eutanasia intentan deliberadamente que la gente confunda el estado vegetativo con el síndrome del cautiverio.

Es contra ese mito cultural contra lo que tienen que luchar los infelices que abogan por la desconexión de la máquina que mantiene vivo a un ser querido. El marido de Schiavo, o el padre de Eluana deben combatir contra los consumidores de un mito novelesco que acompañan su ignorancia con un pueril afán justiciero y se creen con derecho a llamarles asesinos por la calle.

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Una respuesta to “El piloto”

  1. Zosimo Says:

    Sin embargo, Tolstoi era capaz de desenmascarar nuestra cotidiana tendencia al autoengaño en muchas cosas. Por ejemplo, en el mismo capítulo hace una magnífica descripción de la capacidad de fabricar instantáneamente falsos recuerdos haciéndolos pasar por sueños. Algo que ha resultado ser mucho más ajustado a la realidad de nuestro cerebro que el fantasmagórico “guardián del sueño” que inventó Freud.
    Usted está durmiendo y tiene un sueño con una larga historia en la que se va de caza, finalmente una perdiz levanta el vuelo y usted dispara y se despierta. El sonido del disparo ha sido un sonido real: el sonido del viento golpeando la contraventana. En el instante de despertarse la imaginación ha forjado toda la historia de la caza.
    En realidad la presunta “instantaneidad” de nuestra imaginación es también falsa. Nuestra mente tarda un tiempo en crear una historia con las imágenes y sonidos que tiene a mano en la memoria inmediata. Es muy posible que ni siquiera estuviéramos soñando en realidad. Lo más probable es que estuviéramos en fase gamma, en la que el cerebro hurga caóticamente en la memoria. De esos materiales nuestro hemisferio derecho, que es el narrativo, elaborará rápidamente un historia con final ruidoso.

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