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El dios del perdón

8 enero 2015

Perdon

 

El tema a desarrollar: Los ateos somos menos indulgentes con nuestras propias faltas porque no tenemos a nadie que nos perdone.

Hay quien piensa que si no hay dios, no hay justicia ni castigo de los pecados y que los perversos no tendrán freno para hacer lo que les venga en gana. De hecho, sospechan que perversos somos todos y que, si no fuera por miedo al dios que todo lo ve, esto sería la selva. Hay incluso ateos que piensan así y llevan su ateísmo con mucha discreción para no fomentar el desorden social.

Pero ni los creyentes ni los ateos vergonzantes se detienen a analizar las consecuencias reales de practicar el perdón como norma social.

Ramón Llull, en el Llibre de les Bèsties, cuenta la historia de un súbdito del rey que comete toda clase de fechorías. El malvado confía en la infinita misericordia divina y espera que la justicia del rey, que es muy cristiano, sea semejante a la divina y acepte su arrepentimiento y su fidelidad como únicos requisitos para el perdón. Ramón Llull se las arregla para que el rey condene al malhechor. Otro final debía parecerle indecoroso, como a nosotros, pero uno se queda con la sensación de que la moraleja de la historia es que el castigo es necesario y que lo del perdón de los pecados es pura propaganda.

El asunto se recoge en otras obras como en el drama religioso atribuido a Tirso de Molina «El condenado por desconfiado«. Un monje de vida piadosa llega al final de su vida y, a pesar de que no ha hecho mal a nadie, se condena al infierno porque le entran dudas sobre la misericordia divina. El otro personaje de la obra es un criminal que a la hora de morir ajusticiado se arrepiente de sus pecados, confía en el perdón divino y gana la salvación. El asceta se condena y el asesino sube al cielo tan ricamente. Por muy injusto que pueda parecer el final, recordemos que las obras de teatro pasaban una férrea censura religiosa que no tuvo nada que objetar al mensaje. Siempre es posible el perdón, no importa lo que hayas hecho; lo que es imperdonable es dudar o cuestionar a dios.

Eduardo Mendoza en El Asombroso viaje de Pomponio Flato, hace coincidir a un filósofo estoico con el joven Jesús. El romano le refuta la idea del perdón de los pecados. El malo no debe ser perdonado porque eso es una burla para el que obra rectamente.

El cristianismo paulino, con su misericordia infinita, había creado un monstruo antisocial. El problema se solucionó rápidamente diferenciando justicia terrenal de justicia divina, pero no se salvaba el conflicto entre la autoridad civil y una iglesia que protegía a los delincuentes en sus templos. La nueva religión nunca quiso renunciar a una idea tan poderosa como el perdón absoluto y, para salvar la paz social, la trasladó al mundo de los muertos. Tal vez porque solo puede sobrevivir en un lugar en el que las contradicciones no existen y en el que todo es posible.

 

El dolor de Ramon Llull

14 octubre 2009

Allí estaban los discípulos de Raimundo Lulio, volteando unas ruedas, con las que pretendían en breve tiempo acaudalar todas las ciencias.

Diego Saavedra. República Literaria


Los discípulos, a una orden suya, echaron mano de unos mangos de hierro…, y dándoles una vuelta rápida, toda la disposición de las palabras quedó cambiada…cuando encontraban tres o cuatro palabras juntas que podían formar parte de una sentencia las dictaban a los escribientes…

J. Swift. Los viajes de Gulliver.



Beato

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Es triste que nuestro más interesante filósofo sea un perfecto desconocido. Cuando nos explicaron la historia de la Filosofía en el Instituto no nos hablaron ni una palabra de él.

Ramon Llull, tal como lo define A. Bonner, era un pensador religioso de frontera. Su principal objetivo era la conversión de los musulmanes. Pero su fama se debe a que se enzarzó en una batalla contra el averroísmo, que por entonces triunfaba en la Universidad de París.

Para los averroístas fe y razón eran independientes, de manera que lo que puede ser verdadero para la fe puede ser falso para la razón. Hoy en día podemos encontrar posmodernos que defienden cosas parecidas, como si el pensamiento cayera repetidamente en ese trastorno de personalidad múltiple, así que no me sorprende que Ramón Llull reaccionase. Él defendió que todo lo real es racional, es decir, que la religión verdadera debe ser demostrable y, por tanto, la conversión del infiel debe ser posible sin la revelación, la tradición o los textos porque de otra manera Dios estaría siendo injusto con aquellos que se condenan por no conocer el cristianismo. Los infieles castigados al  infierno sin ni siquiera saber de la palabra de Jesús le dolían como la evidencia de una arbitrariedad. Un juez que castigase a un niño por no ser sabio sería un juez injusto; por tanto, un hombre sabio y atento debería poder llegar a la fe verdadera simplemente contemplando el mundo y al hombre. Sólo el insensato puede rechazar lo que se muestra claramente como verdadero. Castigar a un insensato contumaz ya no parece tan injusto y, de paso, Dios no resulta un juez tan atrabiliario.

Ramon Llull se retira a la montaña a orar y a hacer vida contemplativa y recibe la iluminación. Encuentra, escritos en las hojas de un arbusto, los fundamentos de una lógica-metafísica con la que construir un lenguaje universal para uso de los predicadores. Gracias a su método es posible demostrar la existencia de Dios, la Trinidad, la creación, el pecado original, la encarnación, la resurrección, la ascensión, el juicio final… en fin, todo. Y no sólo las verdades de fe, sino que cualquiera de las siete ciencias se vuelve sencilla para el profano, porque todo el conocimiento no es más que el resultado de la combinación de los atributos de Dios y las propiedades de los elementos y las criaturas. En su sistema, operaciones matemáticas de combinatoria generan la multiplicidad de los procesos y las relaciones.

Pero no parece que muchos infieles se convirtieran gracias a este complejo andamiaje lógico. El doctísimo padre Feijoo, ya en el XVIII, despreció completamente su obra y descartó que pudiera sacarse de ella ninguna utilidad. Le parece que pocos o ninguno la entienden, y los que la entienden, después de inmensos trabajos, no llegan a aprender nada digno de aprecio. Tampoco cree lo de la iluminación divina porque el sistema no se ha usado en cuatro siglos y le parece increíble que una ciencia revelada por Dios “esté en la iglesia tan ociosa”. Al poco de decirlo en una de sus cartas eruditas, se vio inmerso en una agria polémica con los defensores del doctor iluminado, que por esa época todavía eran bastantes. Agria, porque usó de citas de Bacon, un hereje, para refutar a Llull y por entonces eso era casi heterodoxo y, por tanto, peligroso. Así que el padre Feijoo tiene que extenderse en explicar que la Santa Inquisición permite citar a herejes siempre que no sea en materias de fe. Por cierto, que sus Cartas Eruditas y Curiosas y el Teatro Crítico están disponibles en la red y constituyen una lectura entretenidísima y provechosa. Se la recomiendo a todo el mundo.

El método luliano fue quedando arrinconado y resulta un poco anacrónico leer la entusiasta defensa que hace de él Menéndez Pelayo en la Historia de los Heterodoxos Españoles. Acusa a Feijoo de no habérselo leído y lo considera plenamente ortodoxo, aunque las acusaciones de Feijoo no iban por ahí.

Ramon Llull fue acusado de herejía por pretender explicar el misterio. Sin embargo, pienso yo, si el misterio no tiene explicación, nadie debería ser castigado por no creérselo. Llull no se resigna ante el misterio; su mensaje es optimista hasta la ingenuidad: podemos llegar a entender.

Nota para madrileños: Por favor, cualquier pronunciación es preferible a “iul”, incluso la castellanización “Lulio” es más soportable. Gracias.