El tema a desarrollar: Los ateos somos menos indulgentes con nuestras propias faltas porque no tenemos a nadie que nos perdone.
Hay quien piensa que si no hay dios, no hay justicia ni castigo de los pecados y que los perversos no tendrán freno para hacer lo que les venga en gana. De hecho, sospechan que perversos somos todos y que, si no fuera por miedo al dios que todo lo ve, esto sería la selva. Hay incluso ateos que piensan así y llevan su ateísmo con mucha discreción para no fomentar el desorden social.
Pero ni los creyentes ni los ateos vergonzantes se detienen a analizar las consecuencias reales de practicar el perdón como norma social.
Ramón Llull, en el Llibre de les Bèsties, cuenta la historia de un súbdito del rey que comete toda clase de fechorías. El malvado confía en la infinita misericordia divina y espera que la justicia del rey, que es muy cristiano, sea semejante a la divina y acepte su arrepentimiento y su fidelidad como únicos requisitos para el perdón. Ramón Llull se las arregla para que el rey condene al malhechor. Otro final debía parecerle indecoroso, como a nosotros, pero uno se queda con la sensación de que la moraleja de la historia es que el castigo es necesario y que lo del perdón de los pecados es pura propaganda.
El asunto se recoge en otras obras como en el drama religioso atribuido a Tirso de Molina «El condenado por desconfiado«. Un monje de vida piadosa llega al final de su vida y, a pesar de que no ha hecho mal a nadie, se condena al infierno porque le entran dudas sobre la misericordia divina. El otro personaje de la obra es un criminal que a la hora de morir ajusticiado se arrepiente de sus pecados, confía en el perdón divino y gana la salvación. El asceta se condena y el asesino sube al cielo tan ricamente. Por muy injusto que pueda parecer el final, recordemos que las obras de teatro pasaban una férrea censura religiosa que no tuvo nada que objetar al mensaje. Siempre es posible el perdón, no importa lo que hayas hecho; lo que es imperdonable es dudar o cuestionar a dios.
Eduardo Mendoza en El Asombroso viaje de Pomponio Flato, hace coincidir a un filósofo estoico con el joven Jesús. El romano le refuta la idea del perdón de los pecados. El malo no debe ser perdonado porque eso es una burla para el que obra rectamente.
El cristianismo paulino, con su misericordia infinita, había creado un monstruo antisocial. El problema se solucionó rápidamente diferenciando justicia terrenal de justicia divina, pero no se salvaba el conflicto entre la autoridad civil y una iglesia que protegía a los delincuentes en sus templos. La nueva religión nunca quiso renunciar a una idea tan poderosa como el perdón absoluto y, para salvar la paz social, la trasladó al mundo de los muertos. Tal vez porque solo puede sobrevivir en un lugar en el que las contradicciones no existen y en el que todo es posible.