Los que consideran que la raíz de toda ética está en la palabra de Dios tienen que convivir con toda una sociedad de ética desarraigada. Sin embargo, asuntos como el divorcio hace tiempo que dejaron de ser tema de controversia y los creyentes más socializados aceptan que la disolución del matrimonio es una opción. Católicos practicantes aceptan entre sus amistades a divorciados y a sus nuevas parejas y son contrarios a excluirlos de las ceremonias. Y, por supuesto, no emplearían nunca la palabra bastardo para referirse a los nacidos de una unión de hecho. A pesar del mandato de Jesucristo, aceptan que lo que Dios ha unido, a veces, es necesario que lo separe el hombre.
Jesús habló muy claro contra el divorcio. Un cristiano no puede divorciarse sin traicionar la letra del evangelio. Jesús lo condenó tal vez porque, en su época, suponía una forma encubierta de prostitución o, incluso, de violación.
Sea como fuere, los cristianos no están solos en su tribulación. Los musulmanes rechazan los matrimonios forzados y la esclavitud, aunque ambas cosas están permitidas y reguladas en el Corán y en la jurisprudencia musulmana. Quitando los integristas más cerriles, la mayoría de musulmanes aceptan normas que no se basan en las palabras del profeta. Por conveniencia o por convicción acatan normas más universales.
Aún quedan integristas cristianos que se aferran a la frase de Jesús. El Galileo condenó el divorcio de forma textual pero, sin embargo, nunca dijo nada contra la esclavitud… ¿Quiere decir esto que una nación regida por la Biblia puede autorizar la compraventa de personas? Sí la respuesta es no, es porque estamos apelando a una ética superior, la de la Declaración de los Derechos Humanos. Una ética más humana, más razonable y también más precisa que la que puede extraerse de los textos religiosos.